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Tuesday, December 15, 2015

Las prácticas diarias y la corrupción

La corrupción es insidiosa. Comienza de forma casi imperceptible. En la primera vez, por ejemplo, que vemos a un amigo robar en una tienda y miramos para el lado o no lo confrontamos. Si, es en formas pequeñas. Se cuela en la fotocopia que sacamos para la iglesia, o para promover una actividad personal. En el papel que nos llevamos para el proyecto de la nena; cuando ponchamos a las 8:00 AM para irnos a desayunar a las 8:30. Son esas aparentes cosas inofensivas, casi inocentes las que se acumulan hasta que se pierde la perspectiva.

Para hablar de la corrupción, me parece que debemos comenzar como si estuviéramos en una reunión de AA y reconocer nuestra participación en la corrupción ya que todos hemos sido responsables de una forma u otra.

Sé que no es fácil.  El cuento que escribimos (el que nos inventamos) sobre nuestras propias vidas nos aleja de la corrupción.  Trabajamos, pagamos contribuciones, respetamos la ley—o por lo menos la mayoría de ellas…Las que nos convienen, las que no nos son muy inconvenientes. Pero no toda corrupción es igual. Eso tenemos que admitirlo. Decía el filósofo francés Michel de Certeau en L'invention du quotidien, (me referiré a la traducción al inglés The practice of everyday life)  que el obrero recurría a una forma de resistencia que el denominaba la perroque.  Según esta táctica, el obrero creaba para su lucro personal algún objeto que armaba de las sobras de cosas que hubiera por la oficina.  Decía De Certeau que no era robo exactamente ya que solo se usaba cosas que eran descartables y el “robo” era del tiempo que se suponía estuviera el empleado usando para enriquecer al patrono.

Según De Certeau a pesar de las miles de trabas y reglas que se les imponen a los  obreros en el trabajo, estos logran resistirse a la opresión del patrono, de socavar las medidas de control, de vengarse, si se quiere ver de esa forma.

Si nos dejamos llevar por la teoría de De Certeau, la corrupción pequeña es eso: una forma de resistirse al poder.  La fotocopia que saco para uso personal, la justifico porque me siento pequeña y sin poder, pero sacar dos o tres fotocopias no va a perjudicar al jefe y a mí me va a sacar de un apuro. Usar tiempo del trabajo para escribirle al novio o para recordarle a la esposa de algún compromiso personal, no va a hacerle daño a nadie. Y por su puesto, el jefe no tiene porque enterarse.

Pues digamos que La perroque justifica la corrupción pequeña, la que va dirigida a un ente invisible, el poder.  Pero ¿cómo explicamos la corrupción grande, la que nos perjudica a todos, la que aparece en la primera plana del periódico, la que señalamos indignados?

Primero debemos reconocer que la corrupción gubernamental (la que nos frustra, indigna y enerva) no es nueva.  No la inventó este gobierno ni el pasado. Y no es exclusivo de la isla. Muchos son los gobiernos que han caído victimas de la corrupción. Parecería ser condición humana.

¿Lo es? No lo sé, pero sí estoy convencida de que hay algunas prácticas y cuentos (esos que creamos para entendernos) que la hacen posible. Primero que nada está nuestra formación.  ¿Cuáles son los valores con los que nos criamos? ¿Cuáles son los valores que rigen nuestro mundo personal? ¿Cómo asumimos toda nuestra vida personal? ¿La aceptamos o la rechazamos? Con esto quiero que pensemos en cómo vemos lo que ocurre a nuestro derredor y como lo aceptamos.  El vecino se roba el cable, el agua, o la luz. ¿Lo denuncio? ¿Lo imito? No todo el que se cría en un ambiente en el que el robo es sancionado, roba.

Segundo factor que promueve la corrupción es el acceso al poder. ¿Cómo y para qué uso  las oportunidades que se me presentan desde mi posición de poder? ¿Lo uso para ayudar a otros o para mi beneficio personal? Algunos funcionarios ven el acceso al poder como un arma de doble filo. Algunos allegados pueden ver el puesto y como se logró como una promesa.  Si te ayudé a subir quiero algo a cambio: un trabajito, un contrato, acceso a algo o alguien. Me parece que esta es una cultura que requiere mucho trabajo…

Un tercer factor es la falta de transparencia en los procesos.  Una mirada somera al periódico nos muestra las miles de cosas que se hacen a escondidas, tapaditas. Lo poco que le gusta a los “servidores públicos” decirnos como y en que gastan el erario, como y con quien se juntan. En la Universidad se debatía constantemente entre la confidencialidad de las reuniones o la apertura a la comunidad.  Siempre he favorecido la apertura. La secretividad, estoy convencida, se presta para la corrupción.    

Finalmente, está la impunidad. Son demasiados los corruptos que van por la vida como si tal cosa. Los que tienen la evidencia que puede usarse en contra del transgresor, especialmente si son conocidos personales, la engavetan.  Creen que con destituir a la persona del cargo se acabó el problema. Mientras tanto, el corrupto se restriega las manos y prepara la próxima fechoría. (Pero ya se hace muy larga esta columna y tengo que cortar).

Queda reflexionar sobre como podemos contribuir a crear una cultura en la que no se fomente ni sancione la corrupción. 

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