La corrupción es insidiosa. Comienza de
forma casi imperceptible. En la primera vez, por ejemplo, que vemos a un amigo
robar en una tienda y miramos para el lado o no lo confrontamos. Si, es en
formas pequeñas. Se cuela en la fotocopia que sacamos para la iglesia, o para
promover una actividad personal. En el papel que nos llevamos para el proyecto
de la nena; cuando ponchamos a las 8:00 AM para irnos a desayunar a las 8:30. Son
esas aparentes cosas inofensivas, casi inocentes las que se acumulan hasta que se
pierde la perspectiva.
Para hablar de la corrupción, me parece que
debemos comenzar como si estuviéramos en una reunión de AA y reconocer nuestra
participación en la corrupción ya que todos hemos sido responsables de una
forma u otra.
Sé que no es fácil. El cuento que escribimos (el que nos
inventamos) sobre nuestras propias vidas nos aleja de la corrupción. Trabajamos, pagamos contribuciones,
respetamos la ley—o por lo menos la mayoría de ellas…Las que nos convienen, las
que no nos son muy inconvenientes. Pero no toda corrupción es igual. Eso
tenemos que admitirlo. Decía el filósofo francés Michel de Certeau en L'invention du quotidien, (me
referiré a la traducción al inglés The
practice of everyday life) que el
obrero recurría a una forma de resistencia que el denominaba la perroque. Según esta táctica, el obrero creaba para su
lucro personal algún objeto que armaba de las sobras de cosas que hubiera por
la oficina. Decía De Certeau que no era
robo exactamente ya que solo se usaba cosas que eran descartables y el “robo”
era del tiempo que se suponía estuviera el empleado usando para enriquecer al
patrono.
Según De Certeau a pesar de las miles de
trabas y reglas que se les imponen a los
obreros en el trabajo, estos logran resistirse a la opresión del
patrono, de socavar las medidas de control, de vengarse, si se quiere ver de
esa forma.
Si nos dejamos llevar por la teoría de De Certeau,
la corrupción pequeña es eso: una forma de resistirse
al poder. La fotocopia que saco para
uso personal, la justifico porque me siento pequeña y sin poder, pero sacar dos
o tres fotocopias no va a perjudicar al jefe y a mí me va a sacar de un apuro.
Usar tiempo del trabajo para escribirle al novio o para recordarle a la esposa
de algún compromiso personal, no va a hacerle daño a nadie. Y por su puesto, el
jefe no tiene porque enterarse.
Pues digamos que La perroque justifica la corrupción pequeña, la que va dirigida a
un ente invisible, el poder. Pero ¿cómo
explicamos la corrupción grande, la que nos perjudica a todos, la que aparece
en la primera plana del periódico, la que señalamos indignados?
Primero debemos reconocer que la corrupción
gubernamental (la que nos frustra, indigna y enerva) no es nueva. No la inventó este gobierno ni el pasado. Y
no es exclusivo de la isla. Muchos son los gobiernos que han caído victimas de
la corrupción. Parecería ser condición humana.
¿Lo es? No lo sé, pero sí estoy convencida
de que hay algunas prácticas y cuentos (esos que creamos para entendernos) que
la hacen posible. Primero que nada está nuestra formación. ¿Cuáles son los valores con los que nos
criamos? ¿Cuáles son los valores que rigen nuestro mundo personal? ¿Cómo
asumimos toda nuestra vida personal? ¿La aceptamos o la rechazamos? Con esto
quiero que pensemos en cómo vemos lo que ocurre a nuestro derredor y como lo
aceptamos. El vecino se roba el cable,
el agua, o la luz. ¿Lo denuncio? ¿Lo imito? No todo el que se cría en un
ambiente en el que el robo es sancionado, roba.
Segundo factor que promueve la corrupción
es el acceso al poder. ¿Cómo y para qué uso las oportunidades que se me presentan desde mi
posición de poder? ¿Lo uso para ayudar a otros o para mi beneficio personal? Algunos
funcionarios ven el acceso al poder como un arma de doble filo. Algunos allegados
pueden ver el puesto y como se logró como una promesa. Si te ayudé a subir quiero algo a cambio: un
trabajito, un contrato, acceso a algo o alguien. Me parece que esta es una
cultura que requiere mucho trabajo…
Un tercer factor es la falta de transparencia
en los procesos. Una mirada somera al
periódico nos muestra las miles de cosas que se hacen a escondidas, tapaditas. Lo
poco que le gusta a los “servidores públicos” decirnos como y en que gastan el
erario, como y con quien se juntan. En la Universidad se debatía constantemente
entre la confidencialidad de las reuniones o la apertura a la comunidad. Siempre he favorecido la apertura. La
secretividad, estoy convencida, se presta para la corrupción.
Finalmente, está la impunidad. Son
demasiados los corruptos que van por la vida como si tal cosa. Los que tienen
la evidencia que puede usarse en contra del transgresor, especialmente si son
conocidos personales, la engavetan.
Creen que con destituir a la persona del cargo se acabó el problema. Mientras
tanto, el corrupto se restriega las manos y prepara la próxima fechoría. (Pero
ya se hace muy larga esta columna y tengo que cortar).
Queda reflexionar sobre como podemos contribuir a crear una cultura en la que no se fomente ni sancione la corrupción.
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