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Saturday, September 26, 2015

Todo tiene su final

Todo tiene su final

En 1992, el afamado tenor Luciano Pavarotti subió a los escenarios para cantarle a un grupo de fanáticos que lo esperaban a sala llena en La Scala, Milán. En algún momento de la noche su estruendosa voz se rajó y el público—no todo por supuesto-- lo abucheó hasta sacarlo del escenario.  Igual les ha pasado a otros cantantes de ópera, no solo en Milán –conocido por lo exigente que es el público-- sino también en Méjico y Perú, donde los conocedores de la ópera no tienen paciencia con los cantantes y los estragos a los que someten su voz ya sea por mal uso, poco cuidado o simplemente los trastornos del tiempo (léase vejez).   

Si eso le hubiera pasado a Pavarotti en Puerto Rico, lo hubieran aplaudido y ovacionado. Así de agradecidos somos a los que nos honran con su presencia en los escenarios—presencia por la cual a veces pagamos $150.  Ese fue el caso de Joan Manuel Serrat en el concierto a beneficio de Radio Universidad del viernes 25 de septiembre.  Claro, que JMS es un querendón del público de PR. La sala del teatro de la Universidad estaba repleta de fans en su mayoría de “cierta edad” aunque en el segundo piso había un nutrido grupo de estudiantes. Y Serrat complació a sus fans cantando los temas que lo hicieron famoso en la isla: “Tu nombre me sabe a yerba”, “De cartón piedra”, “Para la libertad”, etc.  Mientras cantaba “Algo personal”, se le quebró la voz. El público reaccionó ofreciéndole un fuerte aplauso como si fuera un principiante, como para que no se desanimara. Cuando entonaba otra canción popular —creo que fue “Hoy puede ser un gran día” (sí, veo la ironía)-- empezó a toser tanto que tuvo que comenzar de nuevo.  Claro que Serrat es un profesional y supo manejar la crisis, pero yo me pregunto ¿hasta cuándo?

La primera vez que vi a Serrat me maravilló su voz que era como una caricia suave, ligera, hermosa.  Luego lo volví a ver cuando promovía el CD Tarrés y aunque su voz mostraba ya los estragos de la edad, le temblaba y lucía menos estable, supo gracias a que tenía un excelente grupo de músicos ofrecer un concierto digno.  El de ayer, aunque no lo odié, daba lástima.  Su voz mostraba el embate del tiempo y sólo de tanto en tanto se asomaba algo de aquella voz que alguna vez supo avasallar a los espectadores.

Decía Serrat que su canción “Ahora que tengo veinte años” era la más amortizada de su repertorio ya que por el paso del tiempo había tenido que cambiarle el título varias veces, hasta que por fin la familia le había pedido que la retirara, cosa que no ha hecho. Él explica el éxito aduciendo que los fanáticos de cuarenta se encuentran frente a una disyuntiva interesante pues “vienen de allá pero van pa’ llá”. Y me pregunto si no seremos los fans de cierta edad los culpables, hasta cierto punto, de este afán de los cantantes por aferrarse al escenario. Pasa lo mismo con Paul Mcartney a quien ya lo que le queda es un guilinchito de voz y sigue vendiendo espectáculos. (Su interpretación en el 2012 durante el Jubileo de la Reina fue doloroso.)

Aunque no dejaré de ser fanática del cantante catalán, y espero que continúe escribiendo—porque hay pocos tan talentosos como el en esa área-- no creo que vaya a volver a un concierto y el nuevo CD que aprovechó para promocionar, Antología Desordenada, tendrá realmente que enamorarme para que lo adquiera—el de Serrat y Sabina, Dos pájaros de un tiro (2007) ya es evidencia del deterioro vocal que sufre. Prefiero escuchar a otros intérpretes como en la producción Serrat, eres único (1995) que sufrir el desencanto de saber que como bien dice el cantautor “Todas las cosas tienen su final” y (parafraseo) “es bueno que así sea para que las aprendamos a valorar.”  Nos parece que al tiempo de Serrat en el escenario le llegó el momento.

Esto tuvo que decir El Nuevo Día del concierto: 


Gracias a la magia de Youtube aun podemos apreciar al Serrat de otra época.

Thursday, September 03, 2015

Todavía Clara

Clara nació en 1926.  Su familia era de Dominguito, Arecibo, pero en busca de mejores oportunidades pronto se mudaron al pueblo de Arecibo.  Su mamá era criada, su papá vendía flores y huevos. Eventualmente, Clara fue a vivir con su mamá y cuatro hermanos a Barrio Obrero.  Allí Sotero, su papá, se dedicó a vender pan junto con su hijo.  Clara se destacó como estudiante y al terminar la escuela superior fue reclutada como maestra.  Fue en Barrio Obrero que conoció al que años más tarde sería su esposo por más de cuarenta años y con quien procreó cinco hijos.  Mientras la familia crecía, Clara continuó sus estudios por medio del programa de Extramuros de la UPR y completó su bachillerato viajando en carro público a Río Piedras durante los veranos. La mayor parte de su tiempo como maestra, casi todo de primero y segundo grado, trabajó en una escuela asociada con el caserío en el barrio Cotto de Arecibo.  Allí se convirtió en la maestra favorita de muchos.  Acostumbraba hacer fiestas para los niños en el patio de su casa y en los veranos traía a algún niño desaventajado de “campamento” a su casa. En 1981, se retiró de maestra y comenzó a trabajar a tiempo parcial en un colegio privado.  Pero eso lo hizo por poco tiempo porque empezaron a llegar los nietos y había que dar la mano.
Yo conocí a Clara muchos años más tarde.  Así que conozco su historia personal a través de terceros. La Clara que conocí cuidaba a su mamá quien estaba ya bastante entrada en edad, pero lúcida como ninguna. Clara sufría a su mamá con quien tenía una relación contenciosa, pero con los demás era cariñosa y alegre.  Le gustaba leer el periódico, hacer el crucigrama y cuidar de todos. Cuando su mamá murió, comenzó a salir con sus amigas y a realmente disfrutar la vida. Devota como ninguna no se perdía un rosario ni una misa.  Era la primera en cualquier actividad de la iglesia. También disfrutaba de ir al cine con los nietos y visitar a sus amigas. Mantenía a la familia informada de los nacimientos y decesos de los conocidos.  También le gustaba caminar por las mañanas. Se levantaba tempranito y caminaba hasta la plaza y regresaba. Clara se cuidaba mucho.  Era metódica con sus medicamentos y citas médicas. Todo lo anotaba en un pad magnético que tenía en la nevera.  Cuando no estaba, dejaba notas enigmáticas con códigos que sólo sus hijos y nietos entendían.
Hace aproximadamente cinco años las cosas empezaron a cambiar para Clara.  Lo primero que le pasó fue que tuvo que dejar de caminar: la habían asaltado mientras hacia ejercicios.  Una actividad que le causaba tanto placer, le fue arrebatada.  Ella no quiso compartir esa historia con sus hijas quienes le advertían a menudo del peligro de caminar por las calles sola. Después ocurrió que se subía en su coche con la idea de llegar a este o el otro lugar y se perdía.  Una vez me llamó al trabajo para decirme que iba a verme y llegó horas mas tarde con una nieta.  Me dijo entre risas y excusas que no había encontrado el camino—uno que había recorrido cientos de veces-- y tuvo que llamar a Vanesa para que la trajera. Otro día se perdió camino a casa de su hermano, y así empezaron a acumularse los episodios.
Fue al médico. El diagnóstico: la primera etapa de Alzheimer. Aunque siempre alegre y de buena disposición, Clara se volvió exuberante y eléctrica. Todo le causaba risa y perdió algo de su conocido pudor.  Las hijas andaban alarmadas, pero a los demás nos parecía adorable. Siempre que le preguntábamos cómo estaba respondía, “Feliz. Si lo tengo todo.” Y la verdad es que era cierto, lo tenía todo.  Si por todo se entiende, todo lo que se necesita para ser feliz.  Su familia estaba pendiente de ella, tenía ingresos suficientes para costearse sus necesidades y físicamente estaba fuerte y saludable. Todavía corría—literalmente --por el patio con sus bisnietos. Se tumbaba en el piso con ellos y jugaba al esconder.
@elf2015
Demás está decir que Clara era mi modelo (y la de muchos) para la vejez. Yo quería ser esa abuela independiente, alegre y fuerte que sabía disfrutar de la vida y de su familia. Hoy, sin embargo, Clara, aunque todavía reconoce a la mayoría de los miembros de su familia, se va perdiendo en su propio mundo.  Le gusta ver a su familia y sentarse a escuchar las conversaciones, pero ella no conversa.  Si le preguntas por alguien que conoció alguna vez, o por algún hecho histórico, levanta los hombros y dice, “No sé. No recuerdo.” Y se pierde nuevamente en algún lugar de difícil rescate. Lo único que parece despertar algo en ella todavía es la música.  Reconoce y recuerda la letra de muchas canciones y le fascina que su hijo toque la guitarra para ella. Le gusta  cantar canciones de las de antier y baila y aplaude al ritmo cuando las escucha.

La transformación que ha sufrido mi suegra, me vino a la mente recientemente mientras veía la película Still Alice con la cual Julianne Moore fue galardonada con su primer Oscar en el 2015. Still Alice es un film que requiere pañuelo. Es la historia de una mujer que recién cumplido los cincuenta es diagnosticada con un tipo poco común, pero agresivo de Alzheimer. Alice tiene que aprender a vivir con la enfermedad pero lo peor para ella es reconocer que pronto ya no tendrá recuerdos. “All my life I've accumulated memories; they've become, in a way, my most precious possessions” confiesa Alice en una charla que ofrece a la Asociación de Alzheimer. 

El caso de Clara y el de Alice no son idénticos.  Clara ha tenido la suerte de disfrutar de una larga vida (89 años), de ver crecer a sus hijos, sus nietos y hasta de cargar y cuidar a sus bisnietos. Sin embargo, hay momentos en los que Moore, quien retrata con mucha credibilidad el deterioro físico y mental de Alice, hace gestos que me recuerdan a mi querida suegra.  En una entrevista con Jon Stewart, Moore habló de cómo se dio a la tarea de entrevistar a pacientes de Alzheimer para tratar de entender la magnitud de lo que le podía ocurrir a su personaje.  En una escena Alice todavía lúcida, visita un hogar de pacientes en las etapas finales y ve su futuro: un hogar de ancianos todos sentados, perdidos en sus propios mundos y prácticamente, abandonados.  Determinada a ser ella quien decida cómo va a ser su final, llega a su casa y hace un vídeo con instrucciones para sí misma indicando cómo poner fin a su vida cuando todo se deteriore, pero cuando llega el momento ya es muy tarde…
            A pesar de las excentricidades de Clara en esta nueva etapa de su vida (le gusta maquillarse, de manera particular, y pintarse los labios de rojo cuando llega visita) todavía no se encuentra físicamente deteriorada. Camina sin tropiezos, come bien y puede, como ella suele decir, ponerse sus propios “pampers”. Supongo que los medicamentos que toma ayudan a detener el agresivo paso de esta condición con la que hoy viven tantos ancianos.  No sabemos como estará dentro de cinco años, pero creemos que todavía estará con nosotros porque, aunque es la única que queda de cinco hermanos, su mamá murió a los 103 años. A mi me complace saber que aunque hubo momentos difíciles en su vida, pudo disfrutar, por un periodo razonable, de una vida larga y plena.  Y el recuerdo de cómo era nos ayudará a los que la amamos a recordar que aunque se pierda en un limbo inalcanzable e incomprensible, en alguna parte todavía vive la viejecita alegre que conocimos alguna vez. Todavía es Clara.