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Monday, August 08, 2016

Recorrido por la isla 2016




El año pasado descubrimos parajes desconocidos en la isla con amigos; este año con mi sobrina y su familia. Comenzamos el recorrido en Camuy de donde salimos a las 9 a.m.  Llegamos cerca de las 10 a.m. a Aguadilla para desayunar en Panadería la Campana (carr #2).  La Campana es un lugar muy acogedor y bueno para sándwiches (hacen un media noche espectacular), y café pero el revoltillo que pedí no me encantó. De allí partimos para Cabo Rojo a ver el Faro.  Uno de los más hermosos, nos cuentan. Camino al Faro nos topamos con varios oficiales de Recursos Naturales.  Nos informaron que el estacionamiento estaba lleno y teníamos que estacionar al lado de la carretera, una que da al manglar y cerca de las minas de sal. (Ni sabía que había minas de sal en la isla). Dimos marcha atrás. Era demasiado lejos para caminar y el sol estaba candente. Tomamos fotos de las minas; son espectaculares. Las fotos no le hacen justicia. Luego, seguimos por la ruta panorámica (Gracias a google maps) hacia Guánica. Fuimos hasta el malecón a ver la piedra que conmemora la llegada de los americanos a la isla.  Supuestamente había una tarja explicativa, pero o se la robaron o alguien decidió protegerla de los curiosos como nosotros. De allí partimos para La Finca de Girasoles.  Para entonces ya eran cerca de las 1:30 y la Finca cerraba a las 3pm. Llegamos, pagamos 2$ por estacionarnos y comenzamos a caminar la Finca. Los girasoles no estaban todos florecidos pero había suficientes para retratar.  *Tengo entendido que los mejores meses son entre febrero y abril. Como llegamos un poco tarde, ya quedaban pocas de donde escoger.  Venden las flores a 2 por $5. También venden otras cosas. Ese día tenían: limones,  semillas y guingambó. Un lugar interesante, si vas de pasada pero no como meta final.

Cuando salimos de Guánica ya teníamos mucha hambre así que dimos la vuelta a la plaza, nada allí memorable y seguimos en busca de un restaurante del que habíamos leído en el periódico, El Qlantro. Eso quedaba en Yauco.  Después de dar vueltas buscándolo, le preguntamos a un vecino del área que pudo decirnos donde quedaba. No es fácil de localizar (ni siquiera google maps lo encontraba), si no conoces el área. Era un local pequeño y oscuro. Las mesas tenían manteles negros (yikes) con cristal encima. Nos invitaron a pasar y nos sentaron en una mesa que hubo que limpiar en el momento a pesar de que había solo dos personas más en el local. Nunca nos preguntaron si queríamos tomar algo, lo que nos vino bien ya que el menú era carísimo. Así que nos levantamos y ante el hambre, recurrimos a la siempre confiable pizza. Comimos en Gordy’s Pizza (Pizza grande de pepperoni) por menos de $14 y éramos 5. El colega fue a comprar la imprescindible Coke Zero en una panadería de la esquina y allí, ya satisfechos, nos dirigimos a la plaza.  Tomamos café en el quiosco de la plaza--acompañado de abejas--nos tomamos fotos y seguimos para Ponce donde pasaríamos la noche en el Hotel Meliá.

El Hotel Meliá  está en el corazón del pueblo de Ponce, el personal es amable, y la piscina muy agradable si no hay mucha gente-- como fue nuestro caso. Sin embargo, los cuartos son pequeños y la reservación no incluye desayuno por lo que lo considero un poco caro. Lo bueno es que en Ponce hay donde comer y beber. Aprovechamos para ir al restaurante de Wilda Rodríguez, Las Tías. Este es un lugar agradable cuyas paredes están decoradas con varios dibujos de Martorell (en el salón principal). Allí tomamos unas ricas sangrías. Sí; hay que tomar más de una:Tomamos fotos y luego nos fuimos a caminar por la plaza. Ya entrada la tarde, como a las 7 p.m. nos fuimos a refrescar a la piscina. Por la noche pinchos en la plaza y a observar a los cazadores de Pokemones.

Al otro día nos levantamos temprano y desayunamos en un fast food. Queríamos montarnos en el trolley pero a pesar de que había letreros anunciándolos, un guardia nos informó que los tours en trolley habían sido cancelados hasta nuevo aviso “Y como están las cosas…” Nos dijo, matando cualquier ilusión futura. Supongo que Ponce no es San Juan.  Carmen Yulín dice que la crisis del gobierno central no le ha afectado a su municipio y que ella tiene un superávit…jmm…

Arrancamos para Patillas.  De camino nos paramos en Guayama para usar los sanitarios y en busca de un buen café, los de los fast foods, no satisfacen el paladar. Ya eran cerca de las 11. Vimos un restaurante en un shopping que se llamaba Jimmy’s Bistro Bar Café y entramos.  “No hemos abierto” nos dijo la chica de la barra. “Abrimos a las 11”. Miramos el reloj, pero ella insistió que el negocio estaba cerrado (no todo el mundo tiene espirítu empresarial) así que salimos; terminamos en el shopping tomando café en un quiosco con una chica muy amable y todo por menos de $5. Llegamos a la plaza de Patillas; había un grupo jugando dominós; todos muy envueltos en lo suyo. Pasamos a visitar la iglesia recién reconstruida, católica por supuesto. El sacristán estaba muy orgulloso del trabajo que se había logrado en la iglesia y en verdad que estaba muy bien logrado. Tenía unos mosaicos que pretendían imitar a los antiguos y un trabajo en madera muy atractivo.

De Patillas nos dirigimos a Arroyo. Nuestros acompañantes querían ir al Malecón que había sido inaugurado en el 2015. Aunque atractivo, no había movimiento alguno; tal vez por el sol. Y este pueblo necesita movimiento. El casco del pueblo estaba muerto. No había gente caminando sus calles y varios edificios en frente a la plaza estaban abandonados.  

De allí pensábamos volver para Guayama cuando el colega se dio cuenta de que no tenía sus preciadas gafas.  Reviramos, después de analizar donde podían haberse quedado y estudiado las fotos que nos habíamos tomado para dar con ellas.  ¡Voila! Aparecieron en el malecón. Suerte que por allí caminaba tan poca gente... Partimos entonces para Guayama. 

Anhelaba hacía años visitar este pueblo, el del caballo Dulces Sueños y el de los brujos, pero ni caballo ni brujos.  Eso queda en el pasado. Lo primero que hicimos fue hacer fila en La Casa de los Pastelillos, una casa rustica con vista al mar. Allí hicimos una fila de aproximadamente media hora y esperamos casi una hora adicional para que nos entregaran la orden.  O sea, no es buena idea si se tiene hambre y nosotros la teníamos. Por otra parte, los pastelillos y las alcapurrias eran deliciosos. Nos dirigimos al pueblo. Allí visitamos el Museo Casa Cautiño, residencia hermosa del siglo XIX  que han tratado de preservar con los muebles hechos específicamente para los dueños originales. Y luego nos sentamos en la plaza a comer helados. Ya para entonces era hora de regresar.  Lo hicimos por la carretera 10 que es un desastre con tantos boquetes. Un peligro realmente. Nos asustamos un poco con la idea de quedarnos sin gasolina por allí, (hicimos el recorrido sin tener que detenernos en ninguna gasolinera ¡YEAH!!) pero el GPS nos tranquilizó informándonos que había una gasolinera cerca, en Utuado. Así, cansados pero complacidos llegamos de regreso a Camuy cerca de las 7pm.



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