El año pasado descubrimos parajes desconocidos
en la isla con amigos; este año con mi sobrina y su familia. Comenzamos el recorrido en Camuy de donde salimos a las 9 a.m. Llegamos cerca de las 10 a.m. a Aguadilla para desayunar en Panadería
la Campana (carr #2). La Campana es un lugar muy acogedor y
bueno para sándwiches (hacen un media noche espectacular), y café pero el
revoltillo que pedí no me encantó. De allí partimos para Cabo Rojo a ver el Faro. Uno
de los más hermosos, nos cuentan. Camino al Faro nos topamos con varios
oficiales de Recursos Naturales. Nos
informaron que el estacionamiento estaba lleno y teníamos que estacionar al
lado de la carretera, una que da al manglar y cerca de las minas de sal. (Ni
sabía que había minas de sal en la isla). Dimos marcha atrás. Era demasiado
lejos para caminar y el sol estaba candente. Tomamos fotos de las minas; son espectaculares. Las fotos no le hacen justicia. Luego, seguimos por
la ruta panorámica (Gracias a google maps) hacia Guánica. Fuimos hasta el malecón a ver la piedra que conmemora la
llegada de los americanos a la isla. Supuestamente
había una tarja explicativa, pero o se la robaron o alguien decidió protegerla
de los curiosos como nosotros. De allí partimos para La Finca de Girasoles. Para
entonces ya eran cerca de las 1:30 y la Finca cerraba a las 3pm. Llegamos,
pagamos 2$ por estacionarnos y comenzamos a caminar la Finca. Los girasoles no
estaban todos florecidos pero había suficientes para retratar. *Tengo entendido que los mejores meses son entre febrero y abril. Como llegamos un poco tarde, ya quedaban
pocas de donde escoger. Venden las
flores a 2 por $5. También venden otras cosas. Ese día tenían: limones, semillas y guingambó. Un lugar interesante,
si vas de pasada pero no como meta final.
Cuando salimos de Guánica ya teníamos mucha hambre así que dimos la vuelta a la plaza, nada allí memorable y seguimos en busca de
un restaurante del que habíamos leído en el periódico, El Qlantro. Eso quedaba en Yauco. Después de dar vueltas buscándolo, le
preguntamos a un vecino del área que pudo decirnos donde quedaba. No es fácil
de localizar (ni siquiera google maps lo encontraba), si no conoces el área.
Era un local pequeño y oscuro. Las mesas tenían manteles negros (yikes) con
cristal encima. Nos invitaron a pasar y nos sentaron en una mesa que hubo que
limpiar en el momento a pesar de que había solo dos personas más en el local. Nunca
nos preguntaron si queríamos tomar algo, lo que nos vino bien ya que el menú
era carísimo. Así que nos levantamos y ante el hambre, recurrimos a la siempre
confiable pizza. Comimos en Gordy’s
Pizza (Pizza grande de pepperoni) por menos de $14 y éramos 5. El colega
fue a comprar la imprescindible Coke Zero en una panadería de la esquina y
allí, ya satisfechos, nos dirigimos a la plaza.
Tomamos café en el quiosco de la plaza--acompañado de abejas--nos
tomamos fotos y seguimos para Ponce donde pasaríamos la noche en el Hotel
Meliá.
El Hotel Meliá está en el corazón
del pueblo de Ponce, el personal es
amable, y la piscina muy agradable si no hay mucha gente-- como fue nuestro
caso. Sin embargo, los cuartos son pequeños y la reservación no incluye
desayuno por lo que lo considero un poco caro. Lo bueno es que en Ponce hay
donde comer y beber. Aprovechamos para ir al restaurante de Wilda Rodríguez, Las Tías. Este es un
lugar agradable cuyas paredes están decoradas con varios dibujos de Martorell
(en el salón principal). Allí tomamos unas ricas sangrías. Sí; hay que tomar
más de una:Tomamos fotos y luego nos fuimos a caminar por la plaza. Ya entrada
la tarde, como a las 7 p.m. nos fuimos a refrescar a la piscina. Por la noche
pinchos en la plaza y a observar a los cazadores de Pokemones.
Al otro día nos levantamos
temprano y desayunamos en un fast food. Queríamos montarnos en el trolley pero
a pesar de que había letreros anunciándolos, un guardia nos informó que los
tours en trolley habían sido cancelados hasta nuevo aviso “Y como están las
cosas…” Nos dijo, matando cualquier ilusión futura. Supongo que Ponce no es San
Juan. Carmen Yulín dice que la crisis
del gobierno central no le ha afectado a su municipio y que ella tiene un
superávit…jmm…
Arrancamos para Patillas. De camino nos paramos en Guayama para usar
los sanitarios y en busca de un buen café, los de los fast foods, no satisfacen
el paladar. Ya eran cerca de las 11. Vimos un restaurante en un shopping que se
llamaba Jimmy’s Bistro Bar Café y entramos.
“No hemos abierto” nos dijo la chica de la barra. “Abrimos a las 11”.
Miramos el reloj, pero ella insistió que el negocio estaba cerrado (no todo el mundo tiene espirítu empresarial) así que
salimos; terminamos en el shopping tomando café en un quiosco con una chica muy
amable y todo por menos de $5. Llegamos a la plaza de Patillas; había un grupo
jugando dominós; todos muy envueltos en lo suyo. Pasamos a visitar la iglesia
recién reconstruida, católica por supuesto. El sacristán estaba muy orgulloso
del trabajo que se había logrado en la iglesia y en verdad que estaba muy bien
logrado. Tenía unos mosaicos que pretendían imitar a los antiguos y un trabajo
en madera muy atractivo.
De Patillas nos dirigimos a Arroyo. Nuestros acompañantes querían
ir al Malecón que había sido inaugurado en el 2015. Aunque atractivo, no había
movimiento alguno; tal vez por el sol. Y este pueblo necesita movimiento. El casco
del pueblo estaba muerto. No había gente caminando sus calles y varios
edificios en frente a la plaza estaban abandonados.
De allí pensábamos volver para Guayama cuando el colega se dio cuenta
de que no tenía sus preciadas gafas. Reviramos,
después de analizar donde podían haberse quedado y estudiado las fotos que nos habíamos
tomado para dar con ellas. ¡Voila!
Aparecieron en el malecón. Suerte que por allí caminaba tan poca gente... Partimos
entonces para Guayama.
Anhelaba hacía años visitar este
pueblo, el del caballo Dulces Sueños y el de los brujos, pero ni caballo ni
brujos. Eso queda en el pasado. Lo
primero que hicimos fue hacer fila en La
Casa de los Pastelillos, una casa rustica con vista al mar. Allí hicimos
una fila de aproximadamente media hora y esperamos casi una hora adicional para
que nos entregaran la orden. O sea, no
es buena idea si se tiene hambre y nosotros la teníamos. Por otra parte, los
pastelillos y las alcapurrias eran deliciosos. Nos dirigimos al pueblo. Allí
visitamos el Museo Casa Cautiño, residencia hermosa del siglo XIX
que han tratado de preservar con los muebles hechos específicamente para
los dueños originales. Y luego nos sentamos en la plaza a comer helados. Ya
para entonces era hora de regresar. Lo
hicimos por la carretera 10 que es un desastre con tantos boquetes. Un peligro
realmente. Nos asustamos un poco con la idea de quedarnos sin gasolina por allí,
(hicimos el recorrido sin tener que detenernos en ninguna gasolinera ¡YEAH!!) pero
el GPS nos tranquilizó informándonos que había una gasolinera cerca, en Utuado.
Así, cansados pero complacidos llegamos de regreso a Camuy cerca de las 7pm.
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