Pues, sí, ya me operé. Lo que nadie me dijo, o tal vez lo dijeron y no les hice caso, es que esta es una operación rara. Te sometes a una cirugía de horas para que te introduzcan unos electrodos en la cabeza. A pesar de lo aparentemente complicado de la operación, todo sale bien. Estás optimista. Todo parece chévere. Te vas a tu casa a esperar la segunda instalación, literalmente, y la segunda resulta peor porque es doloroso eso de que te inserten un objeto, en este caso el neurotransmisor, en el pecho. Este objeto es grande, relativamente—unas cinco pulgadas—y se siente extraño tener ese aparato sobre el seno derecho. Y tu cabeza que alguna vez fuera una orbe suave y lisa, ahora parece una vieja pelota de béisbol con fisuras y chichones por todos lados.
¿Que por qué no se más de lo que puede o no ocurrir? Pues, la verdad, es que nadie realmente sabe. El cirujano me dijo hoy que no todo el mundo reacciona de la misma manera. También me dijo que estaba conectada ya pero no prendida. De prender el neurotransmisor se va a encargar el neurólogo. También me aclaró el médico que no hay una fórmula mágica. Algunos pacientes notan mejoría después de la primera sesión de programación, mientras que otros pueden necesitar varias sesiones. Esto va a requerir paciencia y es posible que tenga que probar varias configuraciones para encontrar la que mejor me funcione. Esto puede significar de tres a seis meses de reajustes. Se supone que me ajusten también los medicamentos para que pueda usar menos y no más. La meta es usar lo menos posible. Pero eso, también es un proceso. Ya veremos.