Para Aíxa,
Ahora que
las universidades se lanzan a la locura de poner toda su oferta académica en línea,
pienso en como esto priva a las estudiantes de la adquisición de una educación
amplia, participativa y rica en experiencias. Cuando los que rigen los destinos
de las universidades, en especial pienso en la del estado, juegan con la idea
de perpetuar la educación a distancia ya que así se ahorran las huelgas y
quejas de la comunidad universitaria, hay que tomarse unos minutos y pensar en
lo que significa tener una verdadera experiencia universitaria. ¿Qué ha sido
para ti y que aprendiste de ella? La universidad no son solo los cursos que se
toman. La universidad es un conjunto de experiencias que promueven el
desarrollo de una mente alerta, abierta y consciente del mundo en el que habitamos
los ciudadanos. Cuando pienso en lo que se pierde con la educación a distancia
dos cosas, al parecer no imprescindibles para obtener un grado universitario, sobresalen:
una, los amigos que se hacen en la universidad y dos, las experiencias que se
obtienen. Claro que habrá quien atesore las amistades que tuviera en la escuela
superior o las de su círculo social, pero algunos forjamos lazos de amistad
duraderos en la universidad. Y es que es allí donde por primera vez nos
conectamos con almas afines que despertaron un mar de inquietudes intelectuales
y psíquicas que no eran posibles en los círculos limitados y protegidos de la
escuela y el vecindario.
En la
universidad conocí a compañeros músicos, teatreros y poetas que influyeron en
la música que escucho, lo que leo y lo que pienso. Y ni hablar de los
profesores que me expusieron a un mundo
de ideas y formas de ver que ampliaron mis horizontes, sueños y ambiciones.
Nunca me hubiese interesado Serrat ni Miguel Hernández si no hubiese estado
expuesta a su música y poesía mientras compartía con los compañeros de
Humanidades. Y ni hablar de los autores como Borges, Rulfo, Shakespeare, Tennyson,
Milton que hubiesen pasado por mi vida sin que sus palabras dejaran huellas en
mí. Tampoco creo (digo creo por eso de no cometer una falacia lógica, cosa que
aprendí en la universidad) que hubiese visto el número de películas de arte que
tuve la suerte y el placer de conocer si no fuera por el profesor Dante
Pasquinucci y el teatro Julia de Burgos que organizaba una serie de cine extranjero.
Allí vi algunas de las películas que todavía hoy al oír hablar de ellas me
emociono, como La noche de San Lorenzo,
bella película italiana de los 80 y My
Brilliant Career, película australiana de 1979 protagonizada por la
maravillosa Judy Davis. También estuve expuesta a cine francés, alemán, chino,
y japonés que incitaron mi curiosidad por otras culturas y otras formas de ver
y percibir al Otro y sus mundos. Y ni hablar de las obras de teatro, los
ballets y los conciertos. Es verdad que los estudiantes pobres que no podíamos
darnos el lujo de costear un boleto, teníamos que hacer unas filas enormes y de
madrugada para que nos tocara un boleto, pero lo hacíamos con gusto. Así
recuerdo ver a Atahualpa Yupanqui, el ballet Coppelia y el grupo de baile
Pilobolus, entre otros.
Otra parte
importante de la experiencia universitaria es el compartir en el salón de
clases. Claro que hay profesores que pronto pasan al olvido pero hay aquellos
que aunque uno no recuerde el nombre, que no es mí caso que creo recordarlos a
todos o casi todos, lo que aprendimos de ellos viene a formar parte esencial de
lo que somos o por lo menos ayudaron a moldear nuestra personalidad, nuestra
forma de hablar, nuestra manera de ver el mundo. ¿Cómo apreciar desde la
pantalla de un celular o en el mejor de los casos una laptop, tanto a la
profesora que parecía sacada de una película de los Locos Adams, como al
verdugo que nos desangraba por lo mucho que exigía o el excéntrico que usaba el
pantalón manchado y el cabello revuelto? No me imagino que esas personalidades
puedan percibirse de la misma manera en línea. El Zoom solo permite ver una
cara sin mucha personalidad de la cintura hacía arriba. El profesor aquel de la
ropa excéntrica, la que lucía toda suerte de zapato estrambótico o el profe
sencillamente square…ese no se puede atisbar a través de las redes. ¿Y cuanto
no pierde la estudiante que aunque sea una sola vez compartiera sus sueños y
problemas con su profesora favorita en horas de oficina? Y se pierde también cuando no se puede ir donde aquel profe al que le
cuentas tus problemas y le traes tus quejas. El que saludas por los pasillos o
con el que conversas cuando coinciden en la cafetería. Eso pasará al olvido.
Serán meros cuentos de viejos.
¿Y qué de
los compañeros de clases? El loco que nos hacía reír, la sabelotodo, el tímido,
el músico que traía la guitarra a clases, la chica con la flor en el cabello,
el tenorio que coqueteaba con todas las chicas, la que nunca traía libros a las
clases y el que se copiaba todas las asignaciones…¿cómo apreciar esa variedad
de personajes en línea?
¿Y qué de
los deportes? ¿Cómo se logra una identidad atlética, una lealtad deportiva desde una computadora, teléfono móvil o ipad?
¿Y qué de las bandas? ¿Los coros? ¿Los grupos de teatro y los clubes? ¿Cómo se
crea y estimula un apego al alma máter si no se vive la experiencia educativa
en su totalidad?
¿Y qué de
las estudiantes que tal vez nunca vean ni participen de un desfile de
graduación? ¿Qué nunca se pongan una toga, ni tengan el gusto de lanzar su
birrete al aire?
Cuando la
UPR se lanzó a la tarea de re-conceptualizar la Educación General yo lamenté la
forma en que por supuestamente fortalecerla, se había más bien diluido y
mermado. Jamás me imaginé que la verdadera muerte de la educación general o la
estocada final vendría a manos de la tecnología y la vertiente conocida como
educación a distancia porque aunque todavía se tomen cursos en áreas de la
educación general se hará en un vacío existencial sin la riqueza de la
Universidad en todo su esplendor.
Y todo esto
lo digo desde mi punto de vista como estudiante…como profesora puedo mencionar
un sin fin más.