En 1948, el gobierno de Puerto Rico con el apoyo de los Estados Unidos pasó
lo que vino a llamarse La Ley de la Mordaza. Esta ley suponía que toda palabra
hablada, escrita o leída que de alguna manera perjudicara al gobierno de la isla podría
considerarse como un intento de derrocar al gobierno y por la tanto, se
consideraría un crimen. En 1987, la historiadora Ivonne Acosta Lespier publica el
libro La Mordaza. Este es un valioso
recuento de cómo se promueve la legislación, se pasa la ley, se señala a los culpables
y se impone la mordaza en la isla. La ley en la que se fundamentó la
escrita en la isla, se basó en una llamada la Ley Smith que aprobó el Congreso
de EEUU en la decada de los 40. Diseñada para señalar a ciudadanos que pudieran
traer ideas subversivas al país, la Ley Smith fue utilizada, como la Mordaza en
Puerto Rico, para atacar a cualquiera que no compartiera la paranoia comunista del
gobierno, o sea, a los liberales, progresistas, socialistas y comunistas. El
director del FBI, J. Edgar Hoover, famoso por la cacería de brujo/as a que
sometió al país, utilizó el poder otorgado en virtud de esta ley para poner en
marcha el desmantelamiento de la izquierda estadounidense. Afortunadamente, a pesar de la persecución logró sobrevivir mal que bien.
Lo más importante de este escrito es recordar que la Ley Smith nunca se ha
derogado (La local fue derogada por los abusos cometidos en 1957) y ya parece que los americanos, o por lo menos su magnífico
presidente, quieren revivirla. Debemos estar alertas por lo que nos toca….
Como ejemplo les dejo el enlace a una noticia en que se anuncia una mordaza a todo lo que tenga que ver con el ambiente: http://www.periodicolaperla.com/imponen-mordaza-la-epa/
Tuesday, January 24, 2017
Monday, January 09, 2017
¿Sobrevivir o sobrellevar la vejez?
Dice mi hermana que ya es la tercera vez que papi le habla
del suicidio. No reacciono sorprendida. Le digo, “Por lo menos te habla.” A mí
a penas me echa la bendición y las más de las veces me tengo que conformar con oirlo
ladrarme alguna directriz. Yo lo tolero porque alguna vez fue otra persona, una
que quise y que influyó grandemente en mi vida. También entiendo que no es nada fácil
para él vivir así, como vive condenado a la rigidez de un cuerpo que alguna vez
fuera vigoroso y fuerte.
Yo los veo a ambos, a papi con el mal de Parkinson y a mami
encamada y sé que no quisiera compartir su suerte. Deseo que la vida me sea más
amable y me lleve antes que tenga que vivir dependiendo de los demás para todo,
sin voluntad, sin esperanzas, sin sueños, sin ambiciones.
Hace unos meses leí un artículo que me hizo pensar en lo
poco que se habla de la muerte y sus aciertos (sí, las ventajas) en los círculos
por los que uno transita y sin embargo, tan presente que está en la mente de
los enfermos y los que los cuidan. Tanto que corroe el alma. En este escrito
titulado “A life worth ending,” Michael Wolfe, el hijo de una madre encamada habla
de cómo la era de “los milagros médicos ha creado una nueva etapa de envejecimiento,”
una especie de limbo en el que las personas se mantienen con vida pero que
realmente están “tan lejos de vivir como de morir.”
¿Será esa la fascinación actual por los zombis, esos seres
imaginarios que aparentan estar vivos porque pueden desplazarse por las calles
y aterrorizar a los demás? Dice Wolfe que mientras nos afanamos en lograr que
la medicina y la tecnología nos prolonguen la vida, no pensamos en que esto repercute
en la vida de los demás ya que este tipo de vida, zombificada, requiere de grandes
recursos económicos, físicos y emocionales.
Yo vivo curiosa por conocer
más sobre esos ángeles que escriben ensayos en los que afirman que son capaces
de cuidar a sus enfermos con una sonrisa y con fuentes inagotables de buena disposición
y alegría. Envidio a esas personas y a la vez desconfió de ellas. ¿Será posible
no resentir la imposición? Yo quiero y trato de servir con buena disposición,
pero no siempre es posible. Papi por ejemplo está furioso con la vida, tal vez,
aunque no logre admitirlo, hasta con Dios, y no lo disimula. Nunca fue un
hombre sumiso ni delicado, pero a veces es francamente insufrible. Nos trata
como servidumbre. Mi hermana mayor quien siempre fue su favorita es quien más parece
sufrirlo. Ella no sabe cómo reaccionar cuando el la hiere. Las demás lo
confrontamos. Recientemente le dije en tono bajo pero firme que yo entendía que
el tuviera coraje con el mundo, pero que no era justo que se desquitara con
nosotras que solo tratamos de ayudarlo. El me ignoró, pero yo sé que me escuchó.
Y sé que le trabajó porque después andaba tratando, sin poder, de pasar mapo en
el baño.
Yo me empeño en tratar de que tanto él como mami estén cómodos,
pero no puedo evitar preguntarme cuánto tiempo durará esta dependencia. No se van a mejorar, no importa cuantos potajes
y vitamimas mi hermana se empeñe en atosigarles. Mami va perdiendo los deseos de vivir y papi,
quien por lo menos todavía deambula por la casa, también.
Al cuestionarse el precio de la vida, Wolfe incluye una cita
de Philip Roth: "La vejez no es una batalla, es una masacre". Y añade
que la vejez “es un holocausto. Las circunstancias han conspirado para robar a
la persona humana…de toda esperanza, dignidad y consuelo.” Claro que no todos
los viejos son iguales. Hay quienes viven vidas plenas a pesar de su senectud y
de alguno que otro padecimiento ¿quien no los tiene después de los 60? Aquí de lo que hablo y habla Wolfe es del que
ha perdido la independencia, del que está sujeto a la caridad de los demás.
Wolfe reclama que debe haber una forma más humana, menos
humillante, de llegar al final. Mientras tanto, los que aun gozamos de un grado
de autonomía debemos hablar del final—yo ya lo hablo demasiado—y debemos
prepararnos para que nuestro último tramo por la vida lo pasemos como escojamos
y no como nos lo imponga la vida.
Texto citado: Michael Wolfe New York Magazine
La muerte es de esos temas recurrentes en mi blog. Mis disculpas a los que ya estén hartos. Para los demás, aquí incluyo otras entradas sobre el mismo tema.
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