En 1996, bajo el mando del Presidente
Clinton se estableció en EEUU y por consiguiente en la isla lo que conocemos
por Ley HIPPA. Además de salvaguardar los derechos de los pacientes, y el
acceso que se tiene al expediente, la Ley HIPPA pretende proteger la privacidad
del paciente. Para cumplir con la Ley las oficinas médicas comenzaron a
remodelar sus facilidades. Entre las
remodelaciones de rigor surgieron las ventanillas de acrílico o cristal (no sé
que material utilizan) que separan a las secretarias de los clientes. Con la
llegada de esta nueva decoración, los pacientes se ven obligados a
contorsionarse para hablar con la secretaria (o enfermera en algunos casos) o
hablar en un tono de voz alto para comunicarse. Y es donde surge mi duda
¿realmente se está protegiendo la privacidad del paciente?
Empecemos con algunos ejemplos. Cuando por
primera vez visité al quiropráctico, me llamaron a una oficina privada y me
entrevistó la terapista. Ella sentada en una silla en una oficina privada y yo
sentada de frente a ella. Fue una experiencia agradable y privada. Hoy, al que llega nuevo lo entrevistan a
través de la ventanilla. O sea, que se
acabó la privacidad. Se entera uno de
cómo va a pagar, qué plan de salud tiene y cuáles son los padecimientos que lo
llevan al quiropráctico. Pero es en la
oficina de la ginecóloga dónde más insidiosa es esta nueva estética. Una visita reciente por cierto fue lo que
inspiró esta columna—aunque ya llevaba tiempo pensando en este tema de la
privacidad que nos “asegura” la Ley HIPPA.
Resulta que en la oficina de la ginecóloga,
llegas y si tienes suerte y las secretarias no están muy ocupadas, calladamente
dices tu nombre. Una de ellas entonces,
te pregunta con quien te atiendes (hay dos doctoras) y a que vienes y ya ahí se
acabó la privacidad. Si tienes alguna
duda, queja o discrepancia la tienes que dilucidar a gritos (exagero, lo sé) con
la que está detrás del cristal. Yo fui testigo, completamente involuntaria, de
un caso como el que menciono. La joven
tenía dudas sobre su expediente y yo me enteré de que se había hecho un PAP y
que le preocupaban los resultados. Como parecía no entender bien la secretaria,
detrás del cristal le explicaba en voz alta el procedimiento. Yo no quería
escuchar esta conversación, pero no podía no oírla. (Aquí esa gran distinción
entre oír y escuchar viene a colación). Yo no quería escuchar pero no podía
evitar oír ya que oír es un impulso físico.
Yo realmente quería leer mi libro, pero las disposiciones estéticas de
la Ley HIPPA me obligaban a oír a la joven paciente y enterarme, sin su
consentimiento, de cómo iba a pagar, el plan de salud que tenía y hasta las
razones por las que había visitado la oficina. Quería taparme los oídos, pero temía parecer ridícula.(Suspiro).
Según un documento que encontré, la Ley
especifica que “En general, la información de salud no se puede compartir sin
el permiso escrito del paciente.” Y sí, te piden que firmes unas hojas que
supuestamente garantizan tu privacidad, o por lo menos la del expediente, sin
embargo, si yo quisiera enterarme de los males de otro paciente, con parar la
oreja me bastaba. Parecería que lo que se busca proteger es el papel (el expediente) en el que se anotan tus datos, tus padecimientos y diagnósticos,
pero tu privacidad, no les preocupa realmente.
Si miramos el detalle, dicha Ley también
requiere lo siguiente:
- Que se obtengan el consentimiento del paciente antes de compartir su información para tratamiento, pago y actividades del cuidado médico.
- Instar a obtener la autorización del paciente para las revelaciones no rutinarias y la mayoría de los propósitos no relacionados al cuidado médico.
- Permitir a los pacientes solicitar restricciones en los usos y revelaciones de su información.
- Asegurar que se adopten procedimientos de privacidad por escrito que incluyan: quién tiene el acceso a la información protegida, cómo se utiliza dentro de la entidad cubierta, cuándo la información se revelará.
- Afirmar que los empleados de la entidad cubierta protejan la privacidad de la información de salud.
- Requerir que se enseñen a los empleados los procedimientos de privacidad del proveedor· y que se designen un oficial de privacidad que es responsable de asegurarse que los procedimientos de seguridad de la entidad se cumplen.
El espíritu de la Ley es bueno:
salvaguardar la privacidad de los pacientes.
Cuando voy a un médico, a cualquiera, prefiero pasar desapercibida, ser
completamente anónima. Que el que se sienta en la sala de espera no tenga que
saber porque estoy allí y no oiga siquiera mi nombre. Claro que no tengo problemas con decir mi nombre y que sepan que tengo cita, pero cualquier pregunta adicional, sobre mi, el propósito de mi visita, mi plan o como voy a pagar, me gustaría me la hicieran en privado. Que me permitan entrar a una oficina y que me entrevisten en privado. No tienen que ser mis amigos, ni siquiera sonreír--aunque siempre es placentero recibir una sonrisa. Pero esta nueva
estética es desacertada por la poca privacidad que le otorga al
paciente y porque viola la misma
Ley con la que pretende cumplir.