Hace unos cuantos años comentaba sobre la
regularidad con la que me encontraba visitando funerarias. En aquella ocasión eran tíos, o conocidos de
la edad de mis padres. Rara vez era
algún contemporáneo o persona joven. Hoy
parece que me llegó el turno. Un amigo
muy querido acaba de dejarnos. Hace
algunos años cuando la hermana de una amiga murió, mi amiga estaba rebelde con
el mundo. “¿Cómo es posible que se muera
ella que era tan buena y no le hacía daño a nadie?” Reclamaba entre sollozos.
Pues nuestro muerto es de ese tipo. Rick era una persona jovial, ingeniosa,
generosa e inolvidable. Lo conocí por mi marido. Fueron vecinos en la residencia de la Universidad. Venía de una familia
numerosa y católica. Era un poco místico;
parecía un yoghi puro y asceta. Era notorio entre los amigos por ser el que se
mantenía en contacto y servia de enlace entre unos y otros. Se pasaba todo el
año recogiendo, guardando y comprando las cosas más inauditas para enviarles a
sus amigos en Navidad, su época favorita. Cada año cuando se acercaba el 25 de
diciembre recibíamos una caja llena de regalos diversos que podían incluir,
cupones de descuento, recortes de periódicos, figuritas para el árbol, algún
CD extravagante y una postal en la que nos hacía algún cuento
insólito sobre como había pasado el año. Raras veces nos contaba nada de su
vida o su trabajo.
Yo lo conocí en 1996 en un viaje que dimos
el colega y yo a Atlantic City y que aprovechamos para visitar a Rick en
Philadelphia. Aquella vez nos dio un tour
por la ciudad y nos mostró the First National Bank y the Liberty Bell con mucho
orgullo y una buena dosis de sorna.
La próxima vez que lo vi fue en el
2005. Estábamos en una conferencia y
aprovechamos para encontrarnos en el hotel con el, para cenar. Fue agradable el compartir pero poco el tiempo. Sin embargo, desde entonces,
por alguna razón, le entró la idea de celebrarme el cumpleaños y como no sabia
la fecha decidió que sería en mayo, el 15 de mayo para ser exacta. Así que cada
año para esa fecha recibía una caja que incluía varios regalos y una
postal—siempre en tono de broma.
El año pasado (2014) cuando el colega cumplía
60 años decidí celebrarlos en grande. A los
primeros que les escribí fue a los de la banda allá, especialmente aquellos con
los que no me comunicaba por email. Rick fue el primero que me contestó. Le
había llegado mi carta. Lo había convencido de que este era un buen momento
para la aplazada visita a la isla—llevaba años diciendo que vendría sin
aventurarse. Me alegré tanto de saber que vendría; quería correr a contárselo
al cumpleañero pero me tenía que contener: era una sorpresa.
Rick llegó a Puerto Rico. Sorprendió a EPM no solo su visita sino que
trajo consigo a otro buddy de los
tiempos universitarios. Ese día caminamos por SJ, comimos en Manolo’s y hablamos,
reímos y bromeamos. Rick tenía una facilidad increíble para encontrarle el lado
cómico a cualquier situación. El día de la fiesta, llegaron a tiempo y sin
perderse (lo que lo llenaba de mucho orgullo), conocieron a la familia, a los
amigos y hasta bailaron. Me atrevo a
decir que era la primera vez que bailaba Rick y estaba feliz. Al otro día fuimos
a pasar el día con el en su hotel en SJ. Yo estaba cansada y quería irme, pero
él nos entretuvo contándonos de su trabajo, su apego a la bicicleta y de su
enfermedad (tenía cáncer de la piel, pero lo habían dado de alta). Cuando ya nos
íbamos, sacó una libreta de Ricky Martin que EPM le había enviado
alguna vez en los 90 de regalo—ese era el tipo de cosa que se intercambiaban—y
nos pidió que se la firmáramos. No recuerdo qué escribimos, pero él se mostró
satisfecho y me parece todavía verlo sonreír mientras leía nuestros mensajes.
A la semana siguiente nos llegó una caja de
él. Adentro había dos adoquines: uno para mí y el otro para EPM. Como era su
costumbre, nos escribió una carta contándonos todo lo que tuvo que luchar para
hacerse con un adoquín sin que lo arrestaran. También quería saber cuál era mi
segundo apellido ya que firmaba elf. Le dije que si lo adivinaba le haría
llegar de regalo un certificado de compras para su Pueblo Supermarket más
cercano--le gustaba enviar certificados de cosas que no había forma de redimir.
Para mi sorpresa, lo averiguó como lo haría cualquier hijo de vecino, me buscó
en Google.
En Navidad 2014, recibimos la acostumbrada
caja. Esta vez incluía regalos para los nietos a quienes había conocido y con
quienes entabló un rapport instantáneo…Así era...
Pocos de nuestros amigos y familiares
tuvieron el privilegio de conocerlo como nosotros y qué pena, porque era un ser
tan especial y ¡qué hueco tan grande va dejar en nuestras vidas! Yo que no lo
conocí tanto como mi marido, lo extraño. Sin embargo, sé que como dice el colega, era un amigo
como ninguno. QDP.