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Saturday, November 15, 2025

Cuentos orales

A todos nos gusta un buen cuento y los cuentos orales tienen un encanto particular. En mi familia ha habido muchos cuentistas innatos y muy hábiles. Tenían el verbo, la pose y la innata sabiduría del narrador oral. No sé como adquirieron ese don porque muy pocos, por no decir ninguno, tenían un grado académico, pero lo cierto es que todavía hoy, los envidio. Tenían un repertorio amplio de cuentos sobre su niñez y su vida. Podían entretener a cualquiera con sus historias. Yo sé que yo no poseo ese don.siquiera puedo hacer un chiste sin que se me olvide el punchline. Lo mío es de papel y tinta por lo que es más rebuscado. Más estructurado y menos imponente. Sin embargo,vengo de una larga tradición de narradores o cuentistas orales. En mi familia había grandes narradores: en especial recuerdo a Mami, Papi, mi abuelo Lencho y mi abuela Masia y por supuesto, la mejor, mi tía Chava. Siempre que se reunía la familia, allá salía uno a hacer un cuento de este o de aquel. Las funerarias o velorios eran especialmente propicios para los cuentos, en especial los que producían miedo. Y no hablo de cualquier cuento. Hablo de cuentos del pasado familiar por lo que a los más chicos nos interesaban y nos embelesábamos escuchándolos. Aquí se me ocurre reproducir algunos de esos cuentos con la intención de que tal vez, despierte algún espíritu chocarrero que ande por ahí o simplemente documentar los de mi familia que a medida que se van reduciendo sus números, así también sus historias van desapareciendo. Decía Arturo Pérez Reverte en una entrevista reciente que “Cuando uno muere, no muere él, muere el mundo que conoció, muere lo que vio, muere lo que le contaron.”*

 

No sé cuan comunes sean en las familias contemporáneas los cuentos de fantasmas,aparecidos o espíritus. En mi familia cada reunión familiar, ya fuera una boda, bautizo,o velorio servía de detonante para recordar los que ya no estaban y eso significaba un cuento. En mi familia había una tradición de hacer cuentos de todo tipo, pero entre los preferidos estaban los que nos metían miedo. Mami era tremenda cuentista, pero malgasté el tiempo en el que podía haber participado ella en este espacio contando sus cuentos. El que se me viene a la memoria de momento es el de un fantasma en la casa de una vecina. Yo recuerdo que una noche ella nos dijo que en casa de doña P había un fantasma o espíritu. Nos aseguró que la señora que vivía allí tuvo un encuentro cercano con una de esas criaturas. La señora le contó a mami que una noche se disponía  a cerrar las persianas de la sala y sintió que algo estaba allí, a su lado. Ella empezó a cerrarlas y vio como las persianas al lado de ella también se cerraban. Otro día la señora oyó a su hija llorar y cuando fue a ver que le pasaba la cama estaba temblando pero la niña seguía dormida. Claro, que puede haber una explicación lógica a estos fenómenos pero el caso es que nos entretenían los cuentos de aparecidos, como hoy las series de televisión.

 

Mi tía Isabel decía que ella una vez alquiló una casa en la calle de abajo, la casa de R y ella juraba que estaba embrujada. De noche las sillas se movían, y ocurrían muchas cosas extrañas. Oía ruidos y alguien golpeaba la casa que estaba sobre pilotes por debajo. Ella alegaba que orar no servía de nada, pero cuando ella los amonestaba (maldecía, realmente) fuertemente, estos se callaban un rato. Y después empezaban de nuevo. De más está decir que no duró mucho en aquella casa.

 

Papi, quien se aprendió los cuentos que hacían sus papás, contaba de una vez que mi abuelo se enfrentó a una rata gigante. Otra vez lo persiguió un globo rojo brillante. Y en otra ocasión mi abuelo paterno (Demetrio) iba con mi abuelo materno  Prudencio/Lencho) a buscar a la tía Cleo, que era espiritista para que le sacara el diablo que llevaba adentro su yerno, tío Rafa cuando el perro que iba con ellos empezó a gemir y a enredárseles en las piernas para que no pudieran seguir caminando. Mi abuelo Demetrio se encabronó y le metió una patada y entonces desaparecieron el perro y Demetrio, según contaba Lencho. Mi abuelo Lencho tenía reputación de ser cobarde y creer en espíritus. Lencho comenzó a llamar a Demetrio y este no aparecía. Entonces Abuelo apuró el paso para llegar donde la tía y cuando llegó a la casa, Demetrio estaba en el balcón con la tía Cleo esperándolo para salir a resolver lo de Rafa. Nunca supo como había llegado a la casa. No recuerdo si no preguntó o si abuelo no recordaba.

 

En la época en que recién llegamos al barrio, a finales de los años 60, mi abuela vivía en una finca algo alejada de nuestra casa. Eso nos obligaba, en casa no había carro para esa época, a caminar como unos veinte o treinta minutos aunque fuera de noche por un camino sin pavimentar entre plantaciones de caña. Y claro que no podían faltar los relatos de terror. A mi papá le daba gracia que nos asustáramos y se deleitaba en hacernos sus cuentos. Yo recuerdo tratar de agarrarle la mano para que nada me pasara, pero éramos cuatro las hermanas del muerto y no recuerdo caminar de la mano de Papi por aquellos cañaverales pero si recuerdo mirar de reojo y con recelo las largas estacas de caña que temblaban con el viento y me imagino que vería entre sus hojas algún espíritu maligno dispuesto a llevarme arrastras cañaveral adentro. 

 

*https://www.youtube.com/shorts/yAYit1QcYM8

 

        

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Tuesday, August 19, 2025

Carecer de agua

Cuando oigo de noticias como la de la señora Lucila Rivera de Vega Baja que cuida a

su esposo encamado y hace más de dos semanas que están sin servicio de agua, me

asalta un episodio de PTSS o Síndrome de estrés postraumático. Y es que estos casos

me hacen revivir los años en que en mi casa prácticamente vivimos sin servicio de agua

corriente, allá por los años 70. Hasta los diez años viví con mi familia en Estados

Unidos. Allá nunca supe lo que era un apagón o estar sin servicio de acueductos.

Cuando llegamos a Puerto Rico, conocí lo que es realmente la carencia en un país del

tercer mundo. Al principio había en el colmado frente a mi casa una toma de agua

comunitaria de esas en las que había que darle a una bomba manual para que saliera el

líquido. Era de unos tres pies de alto y de hierro, resistente a los golpes que recibía del

público no necesariamente acostumbrado a tener esas comodidades ni muy agradecido.

Hasta el colmado llegaban los vecinos que no contaban con servicio de agua potable a

extraer el preciado líquido para sus quehaceres. Traían sus baldes o botellas vacías a

llenarlas para poder cocinar, lavar o bañarse. No recuerdo haber usado la bomba ya que

nosotros estábamos conectados al servicio de acueductos. Yo los miraba con curiosidad

y me preguntaba si el agua era limpia como la que salía del grifo. A medida en que los

de la comunidad fueron conectándose a la red de aguas, o Autoridad de Acueductos y

Alcantarillados, la pluma desapareció. No recuerdo cuando fue ni recuerdo lamentar su

desaparición, pero sí lamentamos lo que vino después.

 

Ahora en mi adultez entiendo como se fue destruyendo el servicio. No hubo planificación. Las parcelas en las que me crié seguro no contaban con el aval de la AAA ni de su Junta de Planificación. Se crearon comunidades que pretendían conectarse a los servicios de la AAA, pero nadie pensó en cómo el número de nuevos hogares iba a afectar los depósitos de agua. Ni para cuántos estaban hechos ni a cuántos se esperaba que sirvieran. Pero como todo en la isla, las promesas de campaña no saben de realidades ni les importa. Nos llenan la barriga de promesas a sabiendas de que no podrán cumplir.

 

Lo cierto es que de alguna manera coincidieron estos eventos, la desaparición de la

bomba y la falta de servicio. O sea, que desde que tengo uso de la razón, es decir, desde

los diez u once años, en el barrio Bayaney de Hatillo, barrio en el que pasé buena parte

de mi vida joven nunca o casi nunca, había agua. Nos bañábamos con palangana casi

todas las noches y bebíamos agua hervida. Mi mama que sabía cosas, tenía mil formas

de resolver. En mi casa, gracias a la prevención y sagacidad de Mami había un balde,

realmente un zafacón de los grandes, que se mantenía cerrado y limpio. En ese se

acumulaba agua limpia, o sea, del grifo, por si algún día, Dios no lo permitiera, hubiera

que usarla para cocinar o beber. También había otro zafacón en el que se recogía agua

de lluvia para limpiar y bajar los baños. Además de un centenar de galones de leche

vacíos que llenaba de agua potable siempre que llegaba el famoso chorrito. El elusivo

chorrito para la incomodidad de mi madre, llegaba a veces después de la medianoche y

ya todos los demás de la casa estábamos durmiendo a pata suelta. Sin embargo, la muy

responsable, madre de cinco, se levantaba abrumada, cansada y con el pelo en la cara a

asegurar que ese líquido llegara a donde tenía que llegar para que nuestras vidas

corrieran sin muchos impedimentos. No fueron años fáciles para Mami. Entre bregar

con un marido exigente y medio déspota, unos hijos desconsiderados y enajenados, más

la menopausia traicionera con la que tuvo que convivir esos años, es un milagro que no

haya terminado loca.

 

Fue muchos años de desvelo después que Papi cedió y se instaló una cisterna. A pesar

de que era grande, cuando se extendía la carencia—a veces por varios días y hasta

semanas--en una casa con tantos hijos y allegados, como en toda casa en el que hay

adolescentes, el agua no daba. El municipio enviaba los famosos camiones cisternas

pero no siempre llegaban a tiempo o no había quien fuera buscar el agua. Esos largos

días de verano en el que no nos podíamos duchar a cualquier hora y el agua había que

ahorrarla para que durara, me ha causado un poco de PTSS. Yo no puedo ver un grifo

abierto botando agua sin que se me vuele la cabeza. Me molesta ese desperdicio de

agua. Cuando alguien se ofrece a fregar en mi casa, me pongo crispy porque pocos

entienden la necesidad de conservar el preciado líquido o, por lo menos, no lo valoran

igual que yo. A los nietos simplemente les digo: “Cierra la pluma”, pero a los demás les

digo: “Deja eso que yo lo hago o para eso está el lavaplatos”. El colega se ríe de mi

obsesión de buscarle uso a esa media botella de agua o a ese balde con algo de agua en

el fondo. Por lo menos tengo la excusa de las matas. “Échasela a esta mata, o no botes

ese poco que puede servirle a esta o aquella matita”. Mi sobrina, veinte y tantos años

más joven, me confesó que ella, que se crió en el mismo barrio, también sufre de estrés

postraumático. Ella también pelea con la hija o el esposo si dejan el grifo abierto o

desperdician el agua de alguna forma.’

 

El agua es esencial para la vida. Eso lo sabemos, pero pareciera que lo damos por

sentado. Solo resulta urgente cuando no la tenemos. Mientras tanto, los pobres como

doña Lucila Rivera sufren las consecuencias. Me imagino a la pobre doña tratando de

cuidar a su esposo, mientras se acumulan los trapos que hay que lavar, se friega una

montaña de platos con un chorrito del liquido para no desperdiciar; se bajan los

inodoros solo una vez al día, se baña a manotazo y ni hablar de la acumulación de las

benditas botellas de agua, otro tema urgente que hay que resolver.

 

https://wapa.tv/noticias/locales/comunidad-de-adultos-mayores-pide-atender-falta-de-