A todos los que sobrevivimos pasados los 60
años, nos llega la vejez. A algunos la vejez los abraza y les da una calurosa
bienvenida; los invita a gozar de una segunda oportunidad de disfrutar nuevas
sensaciones, nuevas aventuras, nuevos caminos. Más a otros nos da un puño en la
cara. Nos señala lo dificultoso que serán los próximos años y nos recuerda lo
voluble y cruel que es el destino.
Hace tres
meses fui diagnosticada con la enfermedad de Parkinson. Al recibir la noticia,
confieso que lloré (y lloré por 2 meses más). No podía dejar de pensar en mi
papá, que también la padeció, y lo frustrante y triste que fue su vida en los
últimos años. Pensé que la vida se había acabado para mí, que ya no había nada
que buscar. También empecé a culparme, a pensar en todo lo que había hecho o
dejado de hacer que pudiera haber causado la enfermedad. Sentí miedo de decirle
a la familia. No sabía cómo iban a reaccionar. Temí decirles a los amigos y que
estos me rechazaran o decidieran que ya no valía la pena relacionarse conmigo.
Recordaba que una vez una amiga me había dicho que ella no le decía a nadie que
era retirada porque “a nadie le interesa tener amistad con personas retiradas,”
o algo por el estilo. Se me ocurrió que si bien había visto el grupo de
amistades encogerse después del retiro, si confesaba mi enfermedad, se
reduciría aun más. Y no era que los culpara. No es fácil mantener la amistad
con gente vieja y enferma. Cuesta. La amistad, después de todo surge, entre
personas con intereses a fines y experiencias compartidas…las enfermedades,
cambian esa dinámica. Pero de eso hablo en otro momento…
¿Qué como
reaccionó la gente? La mayoría solidaria. Y eso me consuela.
¿Cómo he
bregado con mi condición? Después de dos meses duros de depresión e introspección,
de casi retirarme de la vida, me obsesioné con leer sobre la enfermedad de
Parkinson (PD). Sigo obsesionada. Leo estudios clínicos y testimonios de otros,
especialmente los que han logrado desplazar los síntomas y vivir una vida más o
menos plena. En mi búsqueda, me topé con un vídeo de un señor que alegaba que
un libro que había leído y las terapias que lo acompañaban le habían salvado la
vida. Compré el libro, Goodbye Parkinson’s,
Hello Life. En este libro el
autor, un terapeuta físico de origen israelí, Alex Kerten, que promulga lo que
el llama gyrokinetics, que no voy a explicar ahora, dice, entre otras cosas, que
muchas veces dejamos que las enfermedades determinen nuestra vida. Esas
palabras me tocaron. Me di cuenta que eso era lo que yo estaba haciendo. Estaba
dejando que el PD me derrotara, que determinara mi vida y decidí cambiar de
perspectiva. Decidí que no tenía que rendirme y que podía empezar a aceptar lo
que me había pasado sin sentimientos de culpa ni derrota. Empecé a hacer
ejercicios y hasta me matriculé en un gimnasio. Esta nueva filosofía de vida,
me transformó, literalmente. Después de dos semanas, solté el bastón al que me creí
condenada y apenas ayer pude virarme sobre mis propios pies, algo que pensé ya
no volvería a hacer. Tengo un largo camino por recorrer. No estoy curada, el PD
no tiene cura, pero tengo la esperanza de que pueda atajar un poco el progreso
de la enfermedad y valerme por mi misma. Es un paso importante para mi salud
mental y uno al que quiero aferrarme por un rato más…