Cuando hablamos de volver a la normalidad, ¿A qué nos referimos? ¿Qué es lo normal? ¿Es volver a la situación en la que nos encontrábamos antes del huracán?
Después de María creo que lo “normal” cambió para muchos de nosotros. Veámos, en nuestro caso, las primeras cinco semanas las pasamos sin una generadora de electricidad por lo que nos acostumbramos a acostarnos de 7 a 8 p.m. y despertar cerca de las 6 a.m. Lo normal era fregar los platos cada vez que se ensuciaban para evitar acumularlos en el fregadero. Era lavar la ropa a mano. Era secarla al aire libre. Era cruzar los dedos para que no lloviera antes de que secaran. Era barrer casi todos los días y obsesionarse con la limpieza. (Las opciones eran reducidas.) Nada de esto parece enorme ni imposible ni abrumador pero no era lo acostumbrado.
Después del huracán hubo mucho calor pero para combatirla solo había un abanico de 9 pulgadas. Nada de aires acondicionadores ni abanicos de techos.
Lo normal era prender el celular y buscar sin éxito una señal que nos comunicara con el mundo. Era apagar el celular para rendir la carga hasta que pudiera llegar a una casa con electricidad o planta.
Era cocinar en una estufa de gas propano o comprar comida a no más de cinco millas de la casa para no malgastar gasolina, para no exponernos al peligro de las calles sin semáforos o de los postes que parecían acechar a los atrevidos. Y ni hablar de estar por la calle después de las 7 p.m.
Era el intercambio obligado con amigos, familiares o hasta desconocidos sobre los estragos que causó Maria .
Era ver los helicópteros por el aire y preguntarnos ¿Para adonde van? ¿Quiénes son? ¿Qué hacen? ¿Qué buscan?
Era sentarnos en la terraza aprovechando el último rayo de luz antes de sumergirnos en la oscuridad de la casa y la tenue luz de las velas o lámparas que usaban las preciadas (por lo escasas) baterías D.
Era embarrarnos las piernas de OFF para salir al patio y vivir aterrados por las posibles aflicciones típicas de los desastres ecológicos... que si el chinkinguya, el dengue, la leptospirosis, etc…
Era sentarse a escribir con bolígrafo cuando hubiéramos preferido estar frente a la computadora…
Era leer y leer ya que las opciones antes disponibles habían desaparecido o estaban en suspenso. Se leía libro en papel durante el día y ipad de noche.
Era esperar que volviera el servicio de periódico, que tardó varias semanas, o salir a buscar cualquiera noticiero que nos enterara de lo que pasaba, que nos mostrara las imágenes de la catástrofe.
Era escuchar la radio buscando noticias; aquellas que confirmaban el desastre y las que aseguraban que pronto llegaría ayuda, que todo iba volver a la normalidad…
La generadora cambió en algo esa normalidad. La prendíamos 6 o 7 horas al día pero siempre de 7 a 9 p.m. para poder acostarnos más tarde, para ver televisión, para sentirnos gente… En los cinco meses que estuvimos sin luz vimos unas treinta y pico de películas que teníamos en DVD esperándonos.
Al volver la electricidad, no hemos vuelto del todo a la rutina AM (Antes de Maria) pero poco a poco y a tientas intentamos encajarnos en la mas reciente “normalidad.”
Lo cierto es que a 7 meses de María todavía no hay normalidad. Todavía no regresa el servicio telefónico, el Internet es intermitente y flojo, el sistema eléctrico frágil y poco confiable. Vivimos con el temor de que haya otro apagón y perdamos lo que hemos logrado, con el temor de que llegue el próximo huracán y el país todavía no se haya recuperado…que lo que entendíamos como “normal” haya cambiado, que se haya retrocedido cuatro o cinco décadas, que con tanto buitre al acecho de la carcasa del país se haga mas difícil volver a ser un pueblo con futuro, y una nación de esperanzas.
Saturday, April 28, 2018
Wednesday, April 11, 2018
Departures de Yojiro Takita
La película japonesa llamada Departures en inglés y que obtuviera el Oscar por mejor filme extranjero en 2009, es la historia de un hombre, Diago, que por un accidente del destino se convierte en una suerte de embalsamador. El trabajo de nokanshi es uno que paga muy bien, mejor de lo que esperaba, pero carga un gran estigma social por lo que el protagonista le oculta a su esposa la naturaleza de su encargo. Al principio al joven que hasta muy reciente se dedicaba a tocar el cello, le cuesta acostumbrarse a eso de bregar con los cuerpos sin vida pero frente a cada duda, el jefe le asegura que nació para este oficio, que es su destino. En una de sus primeras asignaciones debe preparar el cuerpo de una mujer en avanzado estado de descomposición, lo que le cuesta física y síquicamente. Tanto lo afecta esa primera exposición a la muerte que decide renunciar, pero su jefe, un personaje encantador, no se lo permite. En otro instante, cuando termina de preparar el cadáver, en este caso de una jovencita que ha muerto en un accidente en motora, se suscita una pelea entre los deudos a quienes se les permite estar presentes durante la preparación del cuerpo. Empieza porque la madre no reconoce la muerta como su hija y le exige al joven “embalsamador” rehacer su trabajo. Entonces todas las viejas rencillas y sentimientos de culpa por la muerte de la joven florecen entre los familiares que se echan unos a los otros la culpa de lo que ha sucedido hasta explotar en un encuentro violento y confuso para el protagonista.
Lo que más me llamó la atención sin embargo no fue la trama más o menos sencilla de un joven que debe reinventarse, sino el rito mismo. Esta ceremonia, desconocida por muchos y sospecho que cayendo en desuso en Japón, consiste en limpiar, vestir y decorar/maquillar al difunto, o sea, preparar al muerto para la cremación o entierro. Todo esto se lleva a cabo dentro de una solemnidad religiosa sublime. Cada cadáver es tratado con respeto y cuidado, ya que cada muerto es un alma que ha de viajar hacia otra etapa de su existencia. En una escena hacia el final del filme, el joven nokanshi debe preparar el cuerpo de su padre a quien no ve en años. Procede Diago a preparar el cuerpo. Lo limpia, lo afeita, lo acaricia y así va conectándose con ese ser que alguna vez amó con devoción. Es frente al cadáver de su papa y a través del rito que logra reconectar con el padre que desapareció de su vida cuando era un niño y sanar.
Es un filme que recomiendo no solo por el tema sino por la cinematografía tan hermosa y por la música de la que no escribí pero que pueden descubrir al ver la cinta. También porque esta película nos habla no de la muerte y su finalidad sino de la importancia de honrar a los que ya no están.
Lo que más me llamó la atención sin embargo no fue la trama más o menos sencilla de un joven que debe reinventarse, sino el rito mismo. Esta ceremonia, desconocida por muchos y sospecho que cayendo en desuso en Japón, consiste en limpiar, vestir y decorar/maquillar al difunto, o sea, preparar al muerto para la cremación o entierro. Todo esto se lleva a cabo dentro de una solemnidad religiosa sublime. Cada cadáver es tratado con respeto y cuidado, ya que cada muerto es un alma que ha de viajar hacia otra etapa de su existencia. En una escena hacia el final del filme, el joven nokanshi debe preparar el cuerpo de su padre a quien no ve en años. Procede Diago a preparar el cuerpo. Lo limpia, lo afeita, lo acaricia y así va conectándose con ese ser que alguna vez amó con devoción. Es frente al cadáver de su papa y a través del rito que logra reconectar con el padre que desapareció de su vida cuando era un niño y sanar.
Es un filme que recomiendo no solo por el tema sino por la cinematografía tan hermosa y por la música de la que no escribí pero que pueden descubrir al ver la cinta. También porque esta película nos habla no de la muerte y su finalidad sino de la importancia de honrar a los que ya no están.
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