He vuelto a soñar con una amiga fallecida
hace algún tiempo ya: enero de 2009.
Siempre he soñado con mis muertos, pero no perduran en mi inconsciente
como ella. Cuando mi abuelo murió,
recuerdo verlo y conversar con él en sueños por varios meses. Sin embargo, en
esas citas con Morfeo, sabía que estaba muerto aunque no me extrañaba verlo. Pero
tal como llegaba a mis sueños sin avisar, igual desapareció. No he vuelto a
soñar con él. Con otro colega/mentor también soñé por meses después de su
partida, pero Idia es insistente. Recurre. No deja que la olvide.
Esto me hizo pensar en los sueños. Tengo dos amigos a quienes me gusta contarles
mis sueños porque se emocionan y los interpretan. Me explican lo que, según ellos, significan y
a menudo son mensajes positivos. Por ejemplo, cuando le conté a Jane que había
soñado que tenía un bebé me dijo emocionada que era una nueva etapa en mi vida
y que la recibía con la misma emoción con que se recibe a un recién nacido.
Aunque me resulta divertido la posibilidad de que mis amigos acierten a dar con
algún mensaje o simbolismo a mis estadías por el mundo onírico, no les creo
necesariamente. Lo cierto es que la mayoría de nosotros pensamos que los sueños
tienen algún propósito; solo que no hemos dado con ninguna explicación
concreta.
Para algunos, los que creen en espíritus,
los sueños y con quienes soñamos son mensajes que recibimos de otros mundos—como
es el caso de mis amigos. Los psicólogos, desde Freud, creen que soñar con familiares
o amigos que han fallecido puede indicar alguna depresión profunda, o
sentimiento de culpa. Otros, los religiosos, dicen que el alma de la persona
fallecida no ha encontrado la paz y aún vaga por el espacio buscándola. (Así
como en la película The Sixth Sense
con Bruce Willis).
Algunos estudiosos del cerebro creen que
los sueños en realidad no significan nada. Que son sólo impulsos eléctricos del
cerebro que lanzan pensamientos e imágenes de lo que hemos vivido al azar—sin
ton ni son. Pero mis sueños tienen un hilo narrativo… ¿cómo se explica? Para
estos científicos, lo que ocurre es que creamos una narración a nivel
consciente para explicarnos el sueño, o explicárselo a otros. No sé si eso será verdad pero aunque mis sueños parecen ser historias reales, siempre me cuesta explicarlos ya que lo
que parecía tener sentido mientras dormía resulta incoherente cuando intento
describírselo a otros.
Según “The science behind dreaming”*, soñar es
un antiguo mecanismo de defensa biológica que nos proporciona una ventaja
evolutiva ya que nos capacita para actuar más eficientemente frente a posibles
eventos que nos amenazan. O sea, los sueños nos ayudan a procesar nuestras emociones.
Lo que vemos y experimentamos en nuestros sueños no será real, pero las
emociones unidas a estas experiencias, sin duda lo son. Nuestras historias
oníricas tratan de despojar a la emoción de una cierta experiencia mediante la
creación de un recuerdo de la misma. De esta manera, la emoción es neutralizada. Este mecanismo cumple un papel importante porque cuando no
procesamos nuestras emociones, especialmente las negativas, aumenta la
ansiedad. De hecho, no soñar se correlaciona, según este ensayo, con el posible desarrollo
de trastornos mentales. En otras palabras, los sueños ayudan a nuestra mente a regular
el tráfico que conecta nuestras experiencias con nuestras
emociones y recuerdos.
Volviendo entonces a mi
sueño, creo (tendré que estar pendiente de esto) que tal vez recurro al
recuerdo de Idia, cada vez que experimento una pérdida o amenaza—que no voy a
dilucidar aquí-- y que su presencia me ayuda a bregar con mis truncadas emociones.
* Resumo partes del ensayo que se encuentra en Scientific American