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Saturday, December 13, 2014

Las pequeñas tiranías




Asisto a una clase de Extensión Agrícola. Hasta donde sé, esta es una división de la UPR, institución laica, subsidiada con fondos públicos.  La instructora comienza “elevando una oración al todopoderoso”. Yo miro al colega, sorprendida.  Participo en otro taller de la misma división, el instructor comienza cada mañana con una bendición religiosa.  Tolero el saludo religioso todas las semanas.  En la actividad de cierre, el instructor nos “obliga” a ponernos de pie e inclinar nuestras cabezas como gesto de humildad para dedicarle la actividad de cierre “al señor”.  Para no levantar escollos, simplemente me escurro tras una columna para no participar. Me indigna no tener la valentía de oponerme abiertamente a esta barbaridad, a esta imposición.  Pero sé también que de hacerlo, caería en la desgracia social. Todos me mirarían raro; es posible que hasta me digan que me vaya para una esquina como criatura maldita y no moleste para que los demás puedan dar gracias por sus infelices vidas. ¿Cuál sería el peor de los dos males?

Lo curioso es que el beato que no pierde oportunidad de llenarse la boca hablando de Dios, es un tipo de una moralidad cuestionable. Nos ha confesado cosas que podrían ponerlo en aprietos si fuéramos a chotearlo; admite que sólo ofrece el curso para satisfacer unos requisitos que le imponen para obtener un préstamo, que a pesar de ser “un apasionado de su arte”, su gran motivador es el lucro y así nos insta a crear con la  promesa de grandes ganancias. (Por cierto, todas las clases de Extensión Agrícola se llaman talleres de microempresas…)

Yo soy de otra escuela, más soñadora, más ingenua, o más ilusa, tal vez.  Yo creo en el servicio público. Tomo esas palabras muy en serio. Creo en trabajar por mejorar el país, por ayudar a los individuos a alcanzar metas. Cuando alguien me dice que trabaja en el gobierno sólo por el dinero, tomo esa aseveración con un grano de sal. Me cuesta creer que eso es lo único que lo mueve y menos hoy en que cobrar fondos del erario ha caído en desgracia—a menos que seas legislador pues es bien sabido que ellos todavía tienen todos los beneficios.

Me gusta creer que la mayoría de las personas hacen las cosas por convicción. Lo vi en mis años en la Universidad.  Fueron muchos los profesores que estaban hasta las tantas en sus oficinas (o por teléfono, o por correo electrónico, o por Facebook) atendiendo estudiantes, o cubriendo las clases de algún compañero enfermo, o simplemente organizando actividades para sus departamentos, para que todos se beneficiaran y la Universidad luciera bien.

Por eso me re-jode la tiranía de los religiosos. Si, es una tiranía ya que es un abuso de poder.  Es una imposición porque se presume que la voz de la dirigente habla por los demás.  Cuando nos convocan a orar por esto o aquello, nadie pregunta si hay oposición…Recuerdo una ocasión en la Universidad que el rector comenzó una asamblea del claustro con una invocación.  Un puñado de profesores (dos o tres) nos quedamos sentados.  Para la próxima reunión, no hubo invocación.  Siempre supuse que alguno—no fui yo—de los que se quedaron sentados le hizo ver al rector de la violación del estatuto que establece la separación de iglesia y estado.

Y soy capaz de participar de actos religiosos. Puedo por caridad quedarme a escuchar una misa o un sermón durante un velorio si tengo la mala pata de llegar cuando comience, pero me indigna cuando me lo imponen. Y rehúso dar gracias por las cosas más absurdas… Quisiera tener las agallas de decir, “No, no voy a orar.”  O exigir, “No, aquí no se hace invocación porque se viola la constitución.” Por ahora digo, desde este, mi púlpito: Ya basta con las pequeñas tiranías.

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