Sé que se acerca el día de los padres y que tal vez debería
escribir sobre ellos pero me temo que no va a ser. En esta ocasión, inspirada
en una columna que escribió Norwill Fragoso para PrimeraHora, quiero escribir también yo, sobre
las tías. Las tías han sido fundamentales en mi vida. En total, tías de sangre,
digo, he tenido, seis: cinco por parte de padre y una por parte de madre. En
esta ocasión quiero destacar las tres que han marcado mi vida y a las que por
siempre les viviré agradecida.
La primera tía con la que tuve una relación importante fue
con una hermana de mi papá. Ella llegó a quedarse unos días con nosotros cuando éramos
pequeñas. De ese primer encuentro no tengo muchos recuerdos y los pocos no son
gratos. Yo supongo ahora en retrospectiva, que ella fue a parar a mi casa
porque papi era el mayor y le habrían encargado su cuido. Ella venía a ganarse
la vida y tal vez hasta huir del yugo materno porque dicen que mi abuela era
fuerte, aunque yo no la recuerdo así (Hasta en esos tiempos se puede marcar la
brecha entre los abuelos y los padres). Sin embargo, mi tía en cuanto se casó
se fue transformando en una señora cariñosa, y alegre. La primera boda a la que
recuerdo asistir fue a la de ella. Se casó como se casaban entonces las parejas,
con una gran celebración en un hall en Chicago. Ella se veía hermosa y su marido
parecía un galán. Mi hermana, la bonita, fue dama de esa boda y recuerdo como corrimos
por aquel salón detrás de ella con su vestido como de princesa, parecido al de la
novia. Varios niños, que incluían al portador de anillos nos hacían el coro. Después
de varios años, ella se mudó a Puerto Rico y nosotros la seguimos. En busca de oportunidades
y seguro que para estar cerca de su familia, su esposo eventualmente decide mudarse a Naranjito, lo que nos ponía nuevamente a distancia de ella. Así se
convirtió en la tía que, vivía lejos y había que ir a visitar. Aunque en
aquellos tiempos no era fácil, creo que ella venía a nuestro barrio a ver a su
mamá que aún vivía allí, por lo menos, una vez al mes. Así que desde que la
conocimos cuando yo apenas tenía unos cinco años hasta el día de hoy, nunca
dejó de ser nuestra tía más cercana. Ella (CG) era intrépida y pícara. Sin tener licencia de conducir, subía y
bajaba por las cuestas de Naranjito como alma que lleva el diablo en una Station Wagon color crema y no le tenía miedo a nada. Siempre parecía que
estaba haciendo mil cosas a la vez. Y nunca, que recuerde, nos miraba mal, a
los sobrinos, o criticaba nuestras acciones. Era lectora voraz a pesar de que
solo había estudiado hasta quinto grado. Recuerdo una vez que surgió el tema de
su paso fugaz por la escuela y ella admitió que nunca le gustó la escuela, cosa
que me resulta extraño porque estaba bien informada y le gustaba leer de todo.
También le gustaba jugar cartas, montar rompecabezas y hasta jugar juegos de
vídeo con su esposo. Le gustaba hacer cuentos y chistes y su risa era honda y
contagiosa. Tenía dulce para los muchachos como se dice, porque fueron muchos
los amigos de sus hijos, vecinos y otros que iban a su casa y terminaban quedándose.
Tuvo un periodo de “infinita tristeza” como dice Manu Chao, mientras cuidó a
nuestra abuela que nunca superó del todo pero seguía siendo dulce y servicial
para con todos los que íbamos allá a visitar. Ahora le llegó la viudez y la
fragilidad física. Hoy tengo entendido que se la pasa en su sillón reclinable
dejando, mal que bien que hagan por ella. Después de dar tanto ahora debe
descansar sabiendo que de más hay quien cuide de ella. Hay tanto más que puedo
decir de ella pero se me hace demasiado largo y hay otras tías que merecen
mención.
La segunda tía que conocí, DT, también por parte de padre, influyó
grandemente en mí. Ella llegó a Chicago con 18 o 19 años. Era joven, alegre y
coqueta. También era de risa fácil y tenía algo que la primera no tenía:
sandunga. Fue por ella que llegó la música pop en español a mi vida y la salsa.
En las reuniones semanales que teníamos en los 70 ya de regreso a la isla en
casa de mi abuela, los sábados en la noche eran los días de pararnos detrás de
ella para que nos enseñara los pasos del contagioso ritmo que seguiría
disfrutando años después y con los que alegré muchos sábados de baile, cuando eso
todavía se acostumbraba en PR. Es uno de los recuerdos más gratos y divertidos
que tengo de aquella época. Ella que seguramente careció de todo, o casi todo,
se desvivía por llegar cada vez que cobraba con el último disco de Lisette,
Chucho, Rafael o el que fuera. También se ocupó de que nosotras sus sobrinas y
sus hermanas mas jóvenes conociéramos de la farándula local. Fue gracias a ella
que conocí las fotonovelas en las que Verónica Castro, Enrique Guzmán, Silvia
Pinal y un chorro de estrellas del cine mexicano, argentino y español pululaban
mundos. Gracias a ella y a las tardes de películas que comenzaron en casa de mi
abuela yo empecé a hacerme puertorriqueña.
La ultima tía que voy a mencionar, también por vía paterna,
es más bien una tía abuela. Esta tía es la de los cuentos. Muchas de mis amistades la
conocen de forma vicaria ya que les he compartido cuentos que ella me hacía y a
los que he tratado de documentar. IF se crió como hija de mi abuela y abuelo
aunque realmente era su hermana. (Sí, sé que es algo complicado y no tengo
intenciones de explicarlo aquí.) Una vez me contó que ella había sido gorda y
comilona y que esa compulsión por comer la metería en muchos problemas con mi
abuela, pero yo nunca la conocí así. Para mí siempre fue una señora esbelta y
guapa, bien vestida y severa. La primera vez que la vi, me parecía que llegaba
una artista de Hollywood. Tenía puesto un traje negro con un encaje verde,
tacones, y llevaba su melena peinada y acondicionada. Recuerdo que trajo con
ella a los nenes y a mí me pareció súper cool que a aquella niñita la hubiesen
vestido toda de rosa. Hasta los zapatos, si mal no recuerdo eran rosados.
IF se divorció de su marido maltratante cuando era todavía
una mujer joven, pero nunca quiso volver a casarse. Ella siempre decía que como
ella era católica, aunque estuviera divorciada, y ante los ojos de dios seguía
casada. Mi tía tuvo dos hijos a los que crió con mucho celo y severidad. Ella
misma me contaba, ya yo adulta, y sus hijos con hogares propios, lo dura que
fue con su hija. También me contó de sus propias crisis y de su corto paso por
lo que ella decía era la locura. Yo, aquí en mi rol de pseudo psicóloga, creo
que tal vez estaba deprimida porque se acababa de divorciar, estaba pasándola
mal económicamente, y cuidado si hasta por la menopausia o perimenopausia. Afortunadamente, ella superó todas esas cosas
y se volvió la tía maternal y jovial que conozco hoy. Otra cosa que no he dicho
es que IF es sorda pero hace como diez años la operaron y el cambio ha sido del
cielo a la tierra. Como saben mis amigos, ella me fascina y estaría horas
escuchando sus cuentos. Desafortunadamente, para mí ella por sus condiciones de
salud y porque tiene 91 años, hoy vive con su hija en Georgia. Trato de verla y
compartir con ella siempre que está por acá pero ya no hay tiempo para recoger
sus cuentos ni aprender del pasado de ella, ni de nuestra familia. Siempre
viviré arrepentida de no haber recogido todos los cuentos a tiempo. Espero que su
nieta la encuentre tan fascinante como yo y pueda aprovechar el tiempo antes de
que sea tarde.
Me siento afortunadísima de tener estas fabulosas mujeres en
mi vida y quiero que ellas lo sepan porque muchas veces, no les damos valor a
las personas cuando están con vida y no quisiera que ese fuera el caso conmigo.
A todas mis tías, incluso las tías políticas, las quiero y
las abrazo en este humilde homenaje.
Enlace al columna de Fragoso:
https://www.primerahora.com/opinion/norwill-fragoso/notas/el-infinito-amor-de-las-
tias/