Para Gloria quien anda de danza con la parca…
La muerte ronda conmigo como dice la canción de
Sylvio. La muerte es un tema que no podemos eludir, aunque queramos. Parece
que nos persiguiera no sólo en el día a día sino también en películas, series,
canciones, revistas…y ni hablar de como se cuela entre las conversaciones en
las que participamos o escuchamos en el correo, en las salas médicas, o en el
supermercado. Hasta mis nietos andan preocupados por la muerte. “¿Cuándo se van a morir abuelo y tú?” pregunta uno.
“Cuando yo sea grande tu y abuelo estarán muertos,” dice el otro con una
tranquilidad apabullante.
La muerte no era tema de niños cuando yo me criaba. No recuerdo que siquiera se mencionara. (Aunque
siempre he pensado que pasé mis primeros años de vida inconsciente o en babia
ya que apenas recuerdo nada de aquella época). El primer muerto que tuvo un impacto en mi
vida fue Martín Luther King Jr. Recuerdo
que nos enviaron de la escuela porque podían haber revueltas; vivíamos en
Chicago, Illinois en aquel entonces. Y sí, hubo revueltas según he leído, pero
no las viví. Así de protegidos estábamos
y no digo por el gobierno sino por mis padres que se aseguraron de que nada nos
pasara, y por alguna razón de que ni siquiera nos enteráramos de lo que
sucedía... Se hablaba de que lo habían matado, pero eso era algo tan ajeno a mi
experiencia que no pasaba de ser una anomalía o curiosidad. Pese a la seriedad de lo que había sucedido
aquel día en 1968, la muerte de MLK era, en mi mente de niña, algo tan
abstracto que a pesar de que recuerdo el momento realmente no me conmovió.
Al año siguiente murió mi abuela materna. Hoy me entristece
pensarlo porque realmente no la conocí, pero en aquel entonces, fue otra vez,
algo excepcional que sucedía pero no tenía un impacto dramático en mi vida, por
lo menos así lo veía. El primer muerto que lloré fue a mi abuelo paterno. Con el había establecido una relación de
afecto y ya para entonces tenía catorce o quince años y sabía que era una
persona querida que ya no volvería a ver. Desde entonces parece que se me han
ido acumulando los muertos; algunos aun los lloro.
A pesar de la cercanía y omnipresencia de la muerte,
con frecuencia nos encontramos que no es fácil hablar de ella, especialmente
con los más viejos. Con papi, por ejemplo, es anatema—y ni hablar de los
testamentos. Nunca he podido establecer una conversación con el sobre el tema y
si alguien se muere, me da hasta pena decírselo, pues pienso que debe ver su
mortalidad de cerca cada mañana y no quiero que se deprima pensando en su
indudable mortandad… Nunca hablé de ello con mi abuela, quien murió a los 98—y
lo que nos ha costado eso. Mi mamá es más dada a hablar sobre el tema. Tanto,
que nos ha indicado con lujo de detalles lo que quiere para su funeral. Hasta me ha pedido que la lleve a comprarse
el traje que quiere que le pongan, blanco por cierto. Una persona querida (de
apenas 64 años) que murió de cáncer recientemente, después de una lucha por
años, se fue de “shopping” para determinar qué funeraria se encargaría de sus
restos. Aparentemente en algunos
círculos, hablar sobre la muerte ya no es tabú. Y es importante hacerlo. Mi
hijo y mi marido saben lo que quiero. He
querido hablarles sobre ello—aunque ninguno se compromete con lo que pido…
(suspiro). Tendré que halarles las patas…
Decía la poeta Emily Dickinson que como ella no tuvo
tiempo para la muerte, la muerte la reclamó a destiempo. (Because
I could not stop for Death/she kindly stopped for me). Rosa Montero
dice: “Siempre se escribe contra la muerte, porque mientras estoy escribiendo me siento tan
llena de las vidas de los personajes que mi muerte no existe.” Tal vez, esa sea la
manera de combatirla o por lo menos evadirla. Hablar de ella puede ser catártico;
pensar en ella deprimente, pero escribir
sobre ella tal vez sea la mejor manera de llorar a nuestros muertos sin que se
nos corra la mascara en público, y sin heridas aparentes.